miércoles, 26 de enero de 2011

¡Al fin! ¡Una luz! Creí que nunca más volvería a verla.


No lo sabía. No sabía nada…
Recuerdo a un ser de aspecto tenebroso. Su imponente apariencia me hacía sentir escalofríos, escalofríos que recorrían todo mi cuerpo.
De repente me dijo algo. Tenía una voz muy grave. Me dio a entender que no se andaría con rodeos y que diría las cosas claras, fáciles de entender, para no volverlas a repetir si no me enteraba.
-Debes decir el juramento antes de la media noche.-fueron sus palabras.
Le respondí. Sabía que se refería a mí. Me lo había dicho a mí. Sí, fue a mí, no había nadie más en la sala (o al menos parecía una sala entonces.)
-¿Qué juramento? ¿De qué me hablas?
-No hagas preguntas. Sólo haz lo que te ordeno.-El extraño sacó un papel y lo dejó reposar sobre mis manos tan dulcemente que casi hubiera llegado a sentir mariposas cuando sus dedos (si es que eran dedos) rozaron mis palmas.
No hice más preguntas. Pero estuve apunto de hacerlo. Aún no entendía qué es lo que tenía que hacer. Ni por qué me pedía eso. Ni siquiera sabía donde estaba ni que demonios hacía ahí. Pero me limité a no hacer preguntas. Mi intuición me decía que eso no sería muy bueno. Alcé el cuello y miré hacia arriba en un intento de visualizar su rostro. No llegué a hacerlo.
Desapareció. Se fue tan rápido como vino. Se envolvió en la penumbra y me quedé sola. Todo se volvió mas oscuro. No savia qué iba a pasar, ni que tenía que hacer allí.
Entonces ocurrió algo. Divisé algo brillante, algo deslumbrante. ¡Al fin! ¡Una luz! Creí que nunca más volvería a verla.
Me acerqué al destello de luz. Algo me dijo que lo hiciera. Lo toqué con las puntas de los dedos, pero no pasó nada. Lo miré fijamente, pero tampoco pasó nada. La mota brillante se movió y se posó casi sobre mi hombro. No era lo bastante incandescente como para quemarme pero alucinantemente si que lo era para alumbrar ahora un espacio bastante amplio.
Ahora ya se veía todo con claridad. Ya no estaba oscuro. La sala tomó otro color momentáneamente. Un color que se me antojó blanco, pero a decir verdad era mas bien como beige. De todas formas, la cosa no estaba para pensar en colores, algo estaba apunto de ocurrir en mis narices.
Se escuchó un estruendo. De repente apareció de la nada una ventana. La sala ya no era una sala, era un campo. Estaba al aire libre y con una ventana sujetada por aire, sin paredes ni nada que la sostuviesen. Cuando estuve a punto de preguntarme que significaba eso, observé que al otro lado de la ventana se dibujaba otra atmósfera diferente. Me asomé. Pude ver a dos hombres discutir. Y sin más ni menos se enzarzaron en una pelea. Uno de los hombres, sacó una pistola. Le estaba apuntando a su contrincante mientras este se desvanecía en el suelo de dolor (pues casi le rompió el brazo de una sacudida). Sentía que tenia el deber de ayudar a aquel pobre hombre. Pero no sabía cómo.
Deseé con todas mis fuerzas disponer de medios suficientes como para acabar con aquella pelea sin que nadie tuviera que dejarse la vida en ella. Sentí pesadez en la mano derecha. Miré hacía abajo y vi una pistola en ella. Entonces lo entendí. Alguien (o algo) quería que acabara con esa situación y me brindó una pistola (no sé cómo) para ello.
Pero yo no quería matar a nadie. Sólo quitarle el arma. Entonces se me ocurrió una idea: le daría un tiro en la mano y él no tendría otro remedio que soltar la pistola. Eso no haría mucho pero le daría ventaja al otro para que pudiera escapar de allí.
Y de repente se desvanecieron mis esperanzas. Me recordé que no tenía la menor idea de armas. Ni mucho menos puntería con una pistola. Casi estuve a punto de echarme al suelo y llorar cuando algo en mi me hizo levantar el brazo y disparar. Creí haber apuntado a su cabeza pero me di cuenta de que su mano empezaba a sangrar. Luego, sorprendentemente, los hechos siguieron exactamente al pie de la letra de como yo los había pensado. Primero soltó el arma y después el otro escapó, pero ninguno se dejó la vida.
La ventana desapareció y me volví a sentir perpleja. Pero no duró mucho. El ruido de mi barriga me hizo percatarme de que tenía muchísima hambre.
Y como si lo hubiera pedido, apareció ante mis ojos un frigorífico que parecía estar diciéndome ábreme y pruébame. Decidí que ya que ni yo misma podía controlar esta situación dado que no entendía, al menos iba a beneficiarme un poco de ésta. Además tampoco sería tan malo tomar algo de alimento prestado. En ningún lugar ponía que la nevera tuviera dueño/a.
La abrí. Sólo había melón.
-Suficiente.-me dije
Luego recapacité. ¿Cómo se supone que me lo iba a comer? Necesitaría cortarlo, y por lo tanto, necesitaría un cuchillo.
Y como una simple y a la vez complicada brujería, un cuchillo apareció en mi mano. Empezaba a acostumbrarme a los lujos. A desear algo y tenerlo al instante.
Corté el melón y me lo comí despacio. Pensé que no habría prisas. Terminé, como no tenía nada que hacer y, puesto que me decidí a darme algún caprichito, pensé que podría desear algo más. Puesto que no se me venían muchas cosas a la cabeza dadas las circunstancias, me imaginé un trozo de tarta de chocolate envuelta en una capa de nata.
Apareció. Y hice con ella lo mismo que con el melón. Pero esta vez no tardé tanto en zampármela.
Entonces desapareció la felicidad. Todo se volvió oscuro y feo. Las flores que rebosaban de color aquel bello paisaje se convirtieron en un simple manto de arena y polvo que cubría el suelo. Seguía sin haber paredes pero pude sentir cómo todo se volvía más y más pequeño. Cómo todo se comprimía excepto yo. Creí que era un castigo de Dios (ni siquiera creía en dios) por agonía. Por haber pedido esa tarta. Me lamenté.
Miré alrededor y ahora sólo se veía negro. Completamente negro. Me dolía el cuerpo. Sentía que mi alma se me escapaba. Noté sudor en mi nuca, en mi cuello y también en mis manos. Todo empezó a dar vueltas. Giré yo también intentando no quedarme quieta para impedir que me cundiera el pánico (aunque ya era un poco tarde). Me caí. Me quise poner de pie. Me tambaleé un poco, pero lo conseguí. Ahora sonaba una música bastante desconcertante. Me aterrorizaba todo aquello. Empecé a escuchar gritos, voces…
Y de repente, un reloj. Apareció un reloj. Marcaba las doce en punto. Y empezó a sonar:
¡TON…!
Todo volvió a mi mente. Era media noche. El extraño ser sin rostro me advirtió que debía hacer algo antes de media noche.
¡TON…!
Pero, ¿Qué? ¿Qué debía hacer antes de media noche?
¡TON…!
¡Maldita sea! ¡El juramento! El papel que me dio, eso debía ser. Ahí tendría que estar escrito el dichoso juramento.
¡TON…!
Pero no lo encontraba. No lo tenía. Lo debería de haber perdido.
¡TON…!
Y ahora, ¿Qué? ¿Qué hago?
¡TON…!
¡Ya sé! “Deseo con todas mis fuerzas recuperar el papel”.
¡TON…!
Apareció. Menos mal.
¡TON…!
Lo abrí. ¡No había nada!
¡TON…!
¿Cómo iba a decir el juramento si no estaba? El nerviosismo se apoderó de mi cuerpo.
¡TON…!
Pero por dios, ¿Qué es lo que tengo que decir? Chillé y chillé.
¡TON…!
Ya casi a dado la última campanada… Me desvanecí.
¡TON…!
-¡Ana! ¡Ana! ¡Vamos, despierta! ¿No ves que te está sonando el despertador?
-¡Patriii! ¡Eres tú! Uff, como me alegro. Ven, ven que te tengo que contar lo que he soñado.

~

 No tengo miedo a la muerte, me preocupa más llegar a ella sin haber hecho mis sueños realidad... :)